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martes, 9 de octubre de 2012

Bergson: la intuición religante

El pensador francés Henri Bergson destacó en gran medida el papel del la intuición, con respecto al modo en el que las personas se relacionan con su entorno. Generalmente, un acercamiento abstracto y desapasionado- que se dice objetivo- hacia el mundo, no nos produce más que vivencias insuficientes, una pérdida del sentido del existir, y un agotamiento del deseo de ver las cosas más allá de su perspectiva utilitaria o superficial. Porque la lógica, cada vez que busca, solo encuentra lo que esperaba. En cambio, hay otras maneras de abrazarse a los eventos de la realidad, que buscan develar, pero solo para salvaguardar el corazón de lo que permanece siempre oculto.


Por eso, a juicio de Bergson, la capacidad intuitiva de los seres humanos, una forma inmediata de aprehender la esencia de los entes, es la que mejor le brinda una aproximación integral y valiosa a las profundidades de la realidad. Y quizá, los artistas hayan sabido esto desde hace mucho tiempo, y buscaran comunicarlo de la mejor manera posible: a través de sus creaciones. Solo sintiendo el arte, puede tener sentido Todo.

Bergson piensa que, por medio de la intuición, una persona ya no tiene porque considerarse separada de las demás; y los humanos en su conjunto, pueden dejar de pensarse como un grupo de entes escindidos de la naturaleza propia del ser. Si hasta una partícula de polvo está vinculada con la galaxia más inmensa del espacio sideral, y participa de su desplazamiento hacia el infinito insondable, de la misma manera, así sucede con cada una de las criaturas, sin importar sus particularidades físicas, desde la aurora de las eras, hasta el instante actual. Bergson nos invita a percibir ese impulso sutil pero inextinguible que anima a la materialidad, y que nos conecta al universo entero. No es cuestión de cerrar los ojos, sino de entrecerrarlos -que no es más que abrirlos de otra manera- para que entre una luz diversificada y rica en matices, que nos posibilite acceder al secreto de las cosas.

La vida, en sus participantes, es una intuición compartida, que empatiza con un deseo, una voluntad discreta y constante de relacionarse a través de todas sus diferentes manifestaciones. Intuir esta fuerza vital, que anima a los seres que habitan el mundo, es descubrir el latido del corazón del ser, que en un lenguaje de ritmos cifrados, nos configura y fundamenta con amorosa intención.



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