Lo posible y lo imposible, lo real y la fantasía, la vida y la muerte pueden ser una evocados a través de esta imagen; cuando se pasa de mirar a observar se puede obtener una profunda apreciación, cada conclusión puede ser acertada de acuerdo a las realidades creadas. Observar es abrirse al mundo a través de lo visual, mientras que mirar implica concentrarse en algo, es una humanización de lo que captamos con los ojos. Las cosas se observan, a las personas se las mira de frente. Creamos el mundo cuando lo miramos, lo hacemos humano, mientras que observar lo que nos rodea es algo una ubicación refleja e instintiva. Mirar es reconocimiento de vida, observar es captar lo que es y lo que no es, por ejemplo, la muerte.
II
Cuando se entra a
analizar esta pintura, “Los amantes” una genial creación de René Magritte,
puede verse reflejada una insondable situación del deseo, de querer encontrar,
una insaciable búsqueda para llegar de lo abstracto a lo concreto, a la belleza.
¡Cuánta se puede admirar en esta imagen!
Es una invitación a contemplar como el alma puede transmitir tanto, en la mezcla
de incontables sensaciones, mientras se va plasmando sobre el cuadro cada
pincelazo lleno de emociones. Estos amantes buen podrían ser el creativo y los
espectadores de la obra de arte, ambos fascinados con el contacto secreto,
labios trémulos entre seda, que propicia el arte, el artista y los
contempladores, en un silencioso beso- interacción estética-, pero cada uno sin
poder mirar al otro, oculta su vista con la capa ineludible de la materialidad.
III
En ese afán de ir
interpretando lo que el artista proyecta contar, los hilos delgados de la
construcción de esta maravillosa obra, pueden rescatarse en la ejecución del
arte, tantos mundos, tantos versos, tantas inquietudes. Hay obras que destacan
por ofrecer respuestas al por mayor: son manifestaciones de ser. Las obras de
Magritte, está en especial, es un crisol de preguntas, de interrogantes en cuyo
intento de respuesta se juega uno el ser entero. Se puede apreciar un hombre y una mujer que a lo mejor no se buscan, pues ya se encontraron, posiblemente su tropiezo no es físico sino de almas, de sueños, de coincidencias de un justo momento, de los viajes que el ser constantemente realiza en sus mundos paralelos, donde con varios giros en algún punto deben encontrarse para tener tiempo de estimarse, de sentirse. No importa para nada quienes son, su identidad no es algo relevante al parecer, no es algo que valga la pena observar: la clave de la obra es mirar o intentar mirar su gesto, ese contacto ciego, que define una fusión, una realidad compartida, de vivencias ofrendadas que va más allá de lo físico.
IV
Se aprecia en la imagen
una quebrantable lejanía, donde se construye la brecha, la misma que logra
reflejar el amor con un antónimo, el cual, estas mismas almas en su
incontrolable afán de orden constituyen caos y convierten lo sencillo en un
espacio de partículas dispersas que deben ir acomodándose para volver al orden,
al punto viable en donde el núcleo constante es la unión que forja al
encuentro, lugar que siempre estuvo dispuesto para que las almas se consoliden.
Los rostros de estos
personajes no se visualizan: están ocultos, tal vez porque tienen miedo de
identificarse, o más bien de comprender que lo físico trasciende. O quizás que
están tan cerca el uno del otro que ellos en sus propias realidades han creado
barreras que les impide verse, podría utilizarse una reconocida frase “tan
cerca y tan lejos”. Hay algo que los une y los separa sin remedio: la
imposibilidad de mirarse sin reconocerse uno en el otro, creando en su contacto
un vacío (ciego) que hacen suyo, son cómplices metafísicos separados
irremisiblemente y unidos hasta la eternidad.
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