Vale la pena analizar con
atención el planteamiento que Giorgio Colli, escritor italiano, hace en su
libro El Nacimiento de la Filosofía,
con respecto a la diferencia entre sabiduría y filosofía, así como su revisión
de ciertas nociones nietzscheanas acerca de la Grecia arcaica.
Colli considera que Platón denominó «filosofía» a su particular
reflexión, vinculada directamente a la expresión escrita, y observa los tiempos
anteriores como un ámbito en donde realmente habían surgido los “sabios”. Así,
la filo-sofía (amor a la sabiduría)
sería menos valiosa que la sofía (sabiduría).
Desde la perspectiva de Platón la filosofía no consistía en un anhelo de algo
inalcanzable, sino una tentativa por recobrar lo que alguna vez ya se había
poseído y experimentado. Lo que originó a la filosofía, fue la influencia de
una novedosa tendencia expresiva, una emergente manera literaria, que a la
postre determinaría las perspectivas acerca de toda la tradición de pensamiento
que le antecedió. La forma principalmente oral de la sabiduría resulta
imprecisa y difícil de recuperar, debido a lo remoto de su acontecimiento y por
lo escaso que perdura de ella en los trabajos de Platón.
La duración de la época de los sabios no está
muy claramente especificada, de acuerdo al juicio de Colli. Sin embargo es
posible situarla, aproximadamente,
dentro del tiempo de los presocráticos, es decir, entre los siglos V y VI a.C.,
y sin embargo su procedencia más lejana aun así es inasible. Colli propone
entonces utilizar como fuentes de estimación las más antiguas manifestaciones
de la poesía y de la religión griegas. El estudioso italiano refiere su propia
interpretación acerca de las fuentes de
la sabiduría, al tratamiento desarrollado por Friedrich Nietzsche sobre el
origen de la tragedia, es decir, cuando un fenómeno importante ofrece
testimonios históricos sólo en su parte culminante, no queda más que, como
Nietzsche, desarrollar una interpolación global a partir de ciertos conceptos y
de imágenes recuperadas de sus discursos religiosos.
Nietzsche, en El Origen de la Tragedia desarrolló un
análisis meticuloso con las imágenes de Dionisos y de Apolo, orientado a la estética
y a la metafísica, sobre la aparición y la descomposición del fenómeno de la
tragedia griega. Colli considera que con esta particular labor, Nietzsche logró
presentar una lectura total del talante griego y una novedosa perspectiva de la realidad
humana. Colli proyecta su cometido en
obtener una similar ganancia teórica, si en lugar de estudiar el nacimiento de
la tragedia, se estudia bajo un procedimiento
parecido el surgimiento de la sabiduría.
Colli identifica, de la misma manera que Nietzsche, a
los dioses Apolo y Dionisos como los más relevantes para iniciar su estudio
sobre la Grecia
antigua, enfocado, por su parte, a rastrear los orígenes de la sabiduría. Pero
aquí el pensador italiano altera la valoración dada por Nietzsche a ambos,
y privilegia a Apolo con respecto a su
relevancia para la sabiduría antigua. Los griegos antiguos no consideraban
sabio a alguien experto y habilidoso, como por ejemplo Odiseo, sino quien
poseía conocimiento del futuro. Así, sabio era quien sabía valorar y venerar la
mirada profunda de Apolo, símbolo de la autentica sabiduría.
En Delfos se manifiesta la inclinación de los griegos
al conocimiento: sabio no es quien cuenta con una rica experiencia, quien
descuella por la habilidad técnica, por la destreza, por la astucia, como lo
era en cambio, en la era homérica. Odiseo no es un sabio. Odiseo es quien
arroja luz sobre la oscuridad, quien desata los nudos, quien manifiesta lo
ignoto, quien precisa lo incierto. Para aquella civilización arcaica el
conocimiento del futuro del hombre pertenecía a la sabiduría. Apolo simboliza
ese ojo penetrante, su culto es una celebración de la sabiduría. (COLLI: 2000,
15-16)
La adivinación constituía un conocimiento del porvenir
manifestado por el oráculo, que hacía posible
la manifestación del dios. Allí se hacía patente a los humanos la
sabiduría divina, de acuerdo con Colli. De allí lo alusivo e intrincado de las
palabras vertidas por el oráculo: en él se
hace patente el conocimiento que el dios tiene del futuro, pero parecería que
no deseara que los humanos lo comprendieran.
Esto lo subraya Colli al citar un conocido fragmento de Heráclito, que
enuncia: «El señor a quien pertenece el oráculo que está en Delfos no afirma ni
oculta, sino que indica. » (COLLI: 2000, 17)
Ahora bien, para confirmar esta preeminencia de Apolo
con respecto la sabiduría, pensando en una comparación con Dionisos, Colli
reflexiona acerca de que este último más bien alude al conocimiento mistérico
de la revelación de Eleusis: en la “epopteia” del culmen de los misterios,
cuando se presentaba en el iniciado una sensación de mística purificación
interna, se liberaba progresivamente de
su individualidad para fundirse con lo
sagrado, integrando en un solo instante el sujeto y el objeto de la
experiencia. No obstante, esto no es conocimiento, sino más bien su condición
de posibilidad. Por el contrario, para Colli la sabiduría es palabra, voz de
enigma oracular, que la sacerdotisa manifiesta en Delfos: « […] el conocimiento y la sabiduría se manifiestan mediante la palabra,
en Delfos es donde se pronuncia la palabra divina, Apolo es quien habla a
través de la sacerdotisa, no precisamente Dionisos. » (COLLI: 2000, 18)
Al desarrollar su particular noción de lo apolíneo, Nietzsche siempre tuvo en mente al patrono de
las artes, de la luz, y es innegable que tales características son propias de
Apolo; sin embargo, son sólo perspectivas parciales de él. Nietzsche dejó de
lado otros rasgos que complementan su vinculación cabal con la sabiduría
antigua. Colli rescata de Apolo entonces primero que nada un elemento de
ferocidad en su particular talante, aspecto que se relaciona directamente con
un segundo rasgo de Apolo, que se refiere a un dolo pronunciado, una crueldad
lúdica y burlona. El discurso de Apolo
es depositario de un especial conocimiento que se exponía por medio de los
adivinos a través de discusiones, de opiniones, de razonamientos; todo ello
expondrá a la postre su real importancia con referencia al surgimiento de la
sabiduría antigua. Colli destaca que la propia etimología
de la palabra Apolo (apollymi, ‘destruir’), su epíteto «aquel que hiere
de lejos» y su arma de procedencia asiática, aluden a su naturaleza de
violencia mediata, dilatada, calculada. (COLLI: 2000,
19; 1978, 30)
Una insuficiencia más que Colli encuentra en la
exposición de Nietzsche acerca de la relación entre Dionisos y Apolo, es la
tendencia a mostrarlos como polos opuestos. En cuanto a esto Colli intenta
matizar tal perspectiva señalando un pasaje[1]
del diálogo Fedro de Platón, en donde
se diferencia a la locura con respecto al control de sí y en donde además se le
otorga preeminencia a la locura con referencia al autocontrol, aduciendo su
divinidad inherente, su superioridad manifiesta: «Los
bienes más grandes llegan a nosotros a través de la locura, concedida por un
don divino […] en efecto, la profetisa de Delfos y las sacerdotisas de Dodona,
en cuanto poseídas por la locura, han proporcionado a Grecia muchas y buenas
cosas, tanto a los individuos como a la comunidad» (Platón, Fedro, 289).
Además, en este pasaje se relaciona
directamente tal “manía” con el oráculo de Delfos, la sede de Apolo por antonomasia: se identifican cuatro tipos de locura;
la profética, la mistérica, la poética y la erótica; siendo que la locura
profética y la mistérica son las principales, por estar inspiradas directamente en Apolo o Dionisos. Colli subraya que en el Fedro
la manía profética es la privilegiada, hasta el grado de que para el propio
Platón, la confirmación del rasgo divino
de la manía lo constituye el verla relacionada al culto délfico.
No basta con complementar el juicio de Nietzsche en
cuanto al tema antedicho, sino que además es menester desarrollarlo de un modo
diferente. Así, para Colli, Apolo no es el dios de la moderación, de la belleza
armónica, sino más bien el de la excitación, de la locura, del exceso. Nietzsche
le adscribe indebidamente la locura de manera exclusiva a Dionisos, y más aún,
la circunscribe sólo a la embriaguez. Colli, sin embargo, contrapone a esta
consideración el testimonio citado del Fedro,
en donde para el filósofo italiano se evidencia que Apolo y Dionisos comparten
un nexo capital, justamente en la noción de la “manía”; y así, los dos
complementan la experiencia de la locura: «(…) un
testimonio de la talla de Platón nos sugiere […] que Apolo y Dionisos tienen
una afinidad fundamental, precisamente
en el terreno de la “manía”; juntos abarcan completamente la esfera de la
locura.» (COLLI:
2000, 21; 1978, 37)
Colli considera
que el nacimiento de la sabiduría en la Grecia antigua nos lleva hasta la esfera del oráculo
de Delfos; hacia una completa comprensión de la figura de Apolo, en la que la «manía» se
muestra aún más profunda, como el fundamento del discurso de la adivinación,
como si la locura fuera el crisol de la sabiduría: «Que la exaltación, el furor,
la ebriedad, la superación del individuo, de sus juicios y de sus mentiras
constituyan la manifestación culminante de Apolo, ya lo había declarado
anteriormente Heráclito: “la Sibila con boca enloquecida, dice, a través del
dios, cosas sin risa, ni ornamento, ni ungüento”. » (COLLI:
1978, 27).
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