En el fondo, en ese espacio que
define todas las cosas sin palabra alguna- donde solo se manifiesta el
elocuente flujo del ser-, lo que nos parece variado y distinto se integra en
una armonía permanente.
Es un ámbito de experiencias profundas que, cuando se alcanza, le da sentido a la totalidad de nuestra existencia. Es una dimensión en donde amor, verdad y vida se entreveran en un instante revelador, capaz de acercarnos a lo más valioso y puro del mundo.
Pero, ¿Cómo se puede llegar a esa instancia tan significativa?
No es algo que tengamos a la mano, en el día a día, en las trampas de la cotidianidad, aunque ese sitio mágico se valga de esa confiable rutina, para hacerse sentir, a través de detalles especiales, que de vez en cuando se nos presentan.
Este texto quiere proponer algunas claves para llegar a ese rincón de hechizo, que nos es tan propio, tan vital. Acaso el color azul, ese primer amor que nos acompaña toda la vida o constatar cómo crecen felices nuestros hijos, sean cifras mágicas que nos aproximen a ese recinto interior, que hace latir a la realidad entera, que nos fundamenta, nos atesora.
Saber que tenemos a la mano siempre- desde siempre-, tal apoyo, ese rincón mágico- como tienen los navíos a la luz de la luna para llegar a su destino-, es una feliz circunstancia. De manera que, amor, verdad y vida, conforman un tesoro que, como la naturaleza, ama esconderse (dejarse sentir tierna y sutilmente), en lo que nos es más propio (nos complementa) y acompaña hasta el último aliento.
No es algo que tengamos a la mano, en el día a día, en las trampas de la cotidianidad, aunque ese sitio mágico se valga de esa confiable rutina, para hacerse sentir, a través de detalles especiales, que de vez en cuando se nos presentan.
Este texto quiere proponer algunas claves para llegar a ese rincón de hechizo, que nos es tan propio, tan vital. Acaso el color azul, ese primer amor que nos acompaña toda la vida o constatar cómo crecen felices nuestros hijos, sean cifras mágicas que nos aproximen a ese recinto interior, que hace latir a la realidad entera, que nos fundamenta, nos atesora.
Saber que tenemos a la mano siempre- desde siempre-, tal apoyo, ese rincón mágico- como tienen los navíos a la luz de la luna para llegar a su destino-, es una feliz circunstancia. De manera que, amor, verdad y vida, conforman un tesoro que, como la naturaleza, ama esconderse (dejarse sentir tierna y sutilmente), en lo que nos es más propio (nos complementa) y acompaña hasta el último aliento.
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