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jueves, 12 de junio de 2014

Nine Inch Nails: el dulce extravío en el dolor

Cuando Trent Reznor fundó en Ohio, en 1988, la agrupación Nine Inch Nails, nunca imaginó que su proyecto generaría tanto éxito, y que su propia personalidad- auténtico hombre orquesta: cantante, productor, compositor e instrumentista-, único miembro oficial del grupo, sería tan fascinante al grado de poderse comparar con una figura de la talla del mítico Kurt Cobain, de Nirvana.


El sueño de Trent

Si bien desde su primera recopilación, titulada “Pretty Hate Machine” Nine Inch Nails acaparó la atención por su irreverente mezcla de géneros- donde el metal industrial más punzante se entreveraba con un teen pop sumamente fresco- fue hasta el lanzamiento de su tercera producción, “The Downward Spiral.”, cuando el sueño de Trent Razor se concretó como nunca lo haría en un álbum que compendiaría todas las obsesiones que forjan su complejo talante. De esta producción se desprende el polémico sencillo “Happiness in Slavery”, cuyo escandaloso video gore comentamos a continuación.

La eterna búsqueda de la ausencia

El video del tema “Happiness in Slavery” de la banda Nine Inch Nails, dirigido por Peter “Sleazy” Christopherson, fue prohibido en la mayoría de los medios por las fuertes escenas que manejaba, de marcada tendencia gore splatter. Incluso el formato original era el de un sólido cortometraje que narraba las andanzas de un asesino en serie tipo Ed Gein, o Leatherface, de la saga The Texas Chainsaw Massacre. 




Pero parte de la trama, también tenía que ver con un artista, Bob Flanagan, sometiéndose a un ritual de tortura mecanizada, un sangriento performance industrial, en una búsqueda de extraños placeres, hasta fallecer.

Más allá del vistoso estilo de esta manifestación cultural- el buen gore es siempre una derivación llamativa de la hiperrealidad artística- la música de Trent Reznor puede estar esenciada y simbolizada, en este pasaje: cada álbum de Nine Inch Nails es un descenso en espiral hacia el vórtice de una ausencia. En cada tema de Reznor, como en las obras del pintor Francis Bacon, se puede apreciar la ansiosa pesquisa, entre restos en descomposición, que hace una conciencia en busca de su propia nada: Nine Inch Nails establece sinuosas rutas, tortuosas y delectables, en aras de encontrar quien dio el primer paso en su propio laberinto.

Pinion y su oscuro mensaje

Nine Inch Nails incita, por medio de su arte, a que el público emprenda su propia jornada de descubrimiento personal. De tal suerte que, la poesía de este grupo de rock alternativo, no es más que una original y abierta cartografía para explorar las profundidades más oscuras del alma, pero siempre en busca de luz.

Un ejemplo de la profundidad hermenéutica que pudo alcanzar alguna vez Nine Inch Nails la tenemos en una pequeña obra maestra de lo macabro y lo bizarro. Se trata del breve tema instrumental titulado “Pinion”. Básicamente es una secuencia de rítmicos sonidos industriales que evocan las bandas sonoras de las mejores cintas de director surrealista David Lynch.



Precisamente el video de “Pinion” parece extraído de los dédalos oníricos del genio detrás de Eraserhead (1977), Lost Wihgway (1997) o Mulholland Drive (2001). Si recordamos una imagen que obsesiona a Lynch y repite en muchas de sus obras, un objeto de la vida cotidiana o pragmática, se abre como un umbral metafísico para, luego de conducirnos por oscuros pasajes de otredad indecible, hacernos desembocar en un ámbito donde la verdad del mundo queda totalmente develada, aun tomando la forma de otro laberinto, por si misma.

Trent y Lynch

En Terciopelo azul (1986) por ejemplo, la obra maestra de Lynch, una oreja cercenada y abandonada en un baldío se transforma en ese pasaje místico que nos llevará a contemplar al mundo, en medio de furiosos vientos de alteridad, como una virtualidad cimentada en el caos más feroz, simbolizado en una hambrienta marabunta.

En el caso de Nine Inch Nails, en “Plinion” un sucio inodoro nos sirve como conducto para llevarnos a un entrecruzamiento enfermizo de cañerías, tan complejo, tan tortuoso como la temporalidad, para concluir derramando el caudal de inmundicias en un saco humano convulsionante.

La meticulosidad de la travesía, la frialdad que nos exige Reznor, no dejan de manifestarse como una dolorosa sabiduría: cual si fuese un Heráclito demencial, Reznor nos revela que todos los caminos son uno solo: el de la insoportable sed, de serlo todo.

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