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jueves, 5 de junio de 2014

La crisis de la metafísica moderna

Desde cierta perspectiva, la modernidad surgió justamente con el humanismo del Renacimiento. Es plausible la consideración del existencialista ruso Nicolás Berdiaeff, de que la modernidad no ha sido más que el desarrollo natural del pensamiento renacentista. De manera que, el proyecto entero de la modernidad habría sido planteado desde los tiempos del Renacimiento. Toda la historia posterior no sería más que la puesta en práctica de tal diseño hasta sus consecuencias finales. 


De modo que, no sería aventurado identificar el llamado fin de la modernidad del fin del siglo XX y principios del XXI, como el fin del Renacimiento y como consecuencia, también de su esencial humanismo. Este último era la base misma del impulso renacentista. En nuestros tiempos, parece que, todas las alternativas del proyecto renacentista están completamente agotadas. Se ha transitado hasta el final, por las veredas del humanismo y los caminos del Renacimiento, y parece ser que ya no es factible ir más lejos. 

Como quiera que sea, en la última parte del siglo XX, cobraron sentido las aseveraciones de Berdiaeff acerca del tema: “La historia moderna es una empresa que ha fracasado, que no ha glorificado al hombre, como hacía esperar. Las promesas del humanismo no han sido cumplidas”.

Derivado de este rompimiento con el núcleo espiritual del vivir, el hombre de la modernidad fue perdiendo profundidad en su existencia, y por ende, también disminuyó al mínimo su visión metafísica. Y aunque se presentaron varios logros loables, la metafísica fue perdiendo consistencia hasta llegar a su completa disolución. El hombre de la modernidad se volvió superficial, ya que, al quedarse sin ese centro de profundidad de lo real, “se desligó del fondo pasando a la superficie”, en palabras de Berdiaeff.  De cualquier manera, esa pérdida no se manifestó de manera inmediata, sino, más bien, en un ritmo gradual y progresivo.

En contraparte al prejuicio de pobreza espiritual asociado a la Edad Media, la cultura de este periodo histórico, creaba belleza y afirmaba lo humano. Aun cuando fuese arraigada en el núcleo del pensar cristiano, la cultura medieval no se había desligado del todo a la cultura de la antigüedad, la de los grecolatinos, el crisol de la razón y los valores de Occidente. En contraste con la modernidad, por su permanente contacto con lo espiritual, desde cierta perspectiva, la Edad Media, había mantenido animadas las fuerzas creadoras de lo humano.

Fue gracias a ello, que se logró preparar el esplendor del Renacimiento, el cual, por lo consiguiente, siempre estuvo asociado al pensar cristiano de la Edad Media.  

A final de cuentas, la tragedia ineludible del proyecto de la modernidad, fue haberse separado de su fundamento metafísico o espiritual, mismo que, de acuerdo a Berdiaeff, era el que animaba a la filosofía, las artes, las ciencias y toda la cultura en general. 

En los comienzos de la modernidad, con las fuerzas aún vigentes de lo positivo del medioevo, el hombre logró preservar aún, la inercia de la creación cultural, a través de las artes, la filosofía y las ciencias. El Renacimiento no estaba en contra de la religiosidad y lo espiritual. El humanismo, en sus inicios, no se distanciaba mucho de la religiosidad, alimentándose de dos tradiciones esenciales: la antigüedad clásica y el cristianismo. El Renacimiento no debía su impulso creador y humanizante, a los resultados de su propia manifestación, como un ciego torrente, sino más bien, en la medida de su cercanía con lo espiritual y la intuición de lo sagrado en el mundo.  

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