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jueves, 22 de mayo de 2014

El secreto de Sherlock Holmes

Sir Arthur Conan Doyle se hizo de una gloria imperecedera por medio de sus relatos acerca del detective Sherlock Holmes. Este personaje, inspirado principalmente por ciertos relatos del literato norteamericano Edgar Allan Poe, aún siendo por lo común considerado como un símbolo del triunfo del razonamiento humano, sobre cualquier tribulación, podría ocultar una profunda angustia vital, que si se ponderara lo suficiente, cambiaría la imagen que guarda en sus millones de seguidores.



August Dupin, el precursor de Holmes

Poe, en su breve ciclo de relatos policiales, dedicado al personaje de August Dupin, un inteligente caballero francés, capaz de resolver los más capciosos enigmas, posiblemente haya tratado de exorcizar cierta dualidad interior que siempre lo atormentó, y que le desgarró el alma hasta el final de sus días. En su relato, “Los crímenes de la calle Morgue”, destaca el contraste entre la brutalidad de los homicidios referidos- cometidos por un feroz antropoide- y el pulcro trabajo de deducción llevado a cabo por Dupin. Así era Poe, capaz de andar por la luz y la sombra de la existencia en una prodigiosa pero desgastante tensión de fuerzas que dio como resultado su obra genial.

El drama de Holmes

Conan Doyle supo percibir esta agonía interna de Poe en sus relatos policiales. De allí la brillantez razonadora de Holmes; su lógica brillante y luminosa, que nos remite directamente a la simbolización habitual de la deidad griega de Apolo, el numen de lo solar, el arquero inmortal que arroja saetas -deducciones certeras- a los objetivos más lejanos- los casos a descifrar. Pero en cierta profundidad, Apolo también es una deidad de oscuridades, de la violencia dilatada, de una cruel ludicidad hacia los hombres: suya es la voz delirante de los oráculos, el símbolo del Laberinto cretense, la pavorosa figura de la Esfinge tebana.

La razón desentrañadora de Sherlock Holmes podría estar motivada por una conciencia de esta contradicción metafísica del vivir, de allí sus furiosos accesos de melancolía, su afición por la morfina, su furioso tocar el violín. Holmes, como Poe, es un visionario, que no puede sino enfrentar la inmensidad caótica del ser, por medio de un intelecto consumiéndose en su propio fuego interior. No es gratuito que el némesis de Holmes sea el malvado profesor Moriarty, maestro del disfraz, y capaz de develarlo todo incluso la máscara de lógica autosuficiencia del propio Holmes, y así exponer el drama de quien pudo resolver cualquier caso, menos el de su particular drama interior.

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