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jueves, 9 de mayo de 2013

El credo de la lucidez

Por +Aline Chapa /Adaptación +Jesús Ademir Morales Rojas 

Se dice que es necesario creer en algo, de lo contrario es como estar muerto o bien, transitar hacia una no humanidad. Es posible cuestionarse acerca de si realmente hay un Dios, o una divina potestad, encargada de juzgar los asuntos de los seres humanos. Se puede dudar incluso de la idea de karma, si bien el destino es algo que debe meditarse con cuidado, ya que casi siempre deviene lo opuesto al libre albedrío. Se puede creer en muchas cosas, por ejemplo, en el azar, pero nunca sin dejar de cuestionarse de manera consciente, libre y sin prejuicios.



Hay quien considera que el existir por sí solo ya es un castigo y que el solo hecho de nacer ya es una forma de pecado, es decir, un acontecimiento que requiere expiación y sacrificio. Desde cierto punto de vista la vida es, en efecto, una tragedia. Sin embargo, esto no amerita una redención forzosa, ya que si la existencia es trágica, lo es por su inherente amoralidad, su silvestre apertura, irracional e inconmensurable. En realidad nadie puede someter a la vida. No obstante, lo que sí puede hacerse- y en última instancia todos procedemos de esa manera-, es controlar nuestro propio vivir.

No hay una vía para escapar del existir propio: cada decisión tomada lo determina, lo reorienta, lo encausa. Incluso en situaciones en las cuales se opta por no tomar ninguna alternativa de acción, se está modificando el derrotero de nuestra vida. La vida de una persona es de su entera responsabilidad, y de nadie más. Esta es la clave del credo de la lucidez. Una cierta forma de sabiduría fundamentada en el desengaño y un escepticismo activo.

La mayoría de la gente considera que el ateismo produce malas actitudes en la sociedad. Sin embargo esto no tiene razón de ser. Se puede creer en el hombre, capaz de realizar los actos más ruines, pero también los más honrosos; creer en las responsabilidades individuales, orientadas de lleno a lo personal, pero también capaces de repercutir en la humanidad entera. Es factible creer en la vida eterna, pero únicamente como un resultado de la Belleza y el Amor, comprendido como Eros. Y lo más importante, se puede creer aún- más allá de lo que la realidad cotidiana nos arroje- que somos capaces de sentir- com-pasión: una natural empatía por la risa, el sexo, el llanto o el dolor.

La facultad más valiosa de lo humano es la de crear más ser. A este último se le puede denigrar, pervertir o manipular, pero también exaltarlo, encumbrarlo o embellecerlo. Por lo consiguiente, hay que tener precaución y sentido de responsabilidad. Lo mejor es desarrollar la praxis en póiesis, es decir, poesía, arte. Y de acuerdo al credo de la lucidez, hay que reflexionar permanentemente en torno a qué tipo de persona se aspira llegar a ser, qué mundo se desea para pertenecer y legar a las generaciones futuras. Eso sí es relevante, y no, en cambio, desgastarse imaginando lo que sucederá tras la muerte. Por supuesto que la finitud motiva miedo ante lo desconocido, pero es más alarmante anquilosarse en vanos temores y no intentar ser más de lo que se es, en el instante presente.

Más que creer, hay que crear y en ello recrearse: decidirse a ser feliz, sin miedos, ni trabas de cara al futuro inmediato. El credo de la lucidez desemboca en el reconocimiento de que la vida es- infinitamente- más que nada, un obsequio y hay que experimentarla al máximo. La vida por sí misma es irracional: no implica nada, y en ello radica su tragicidad. Seamos pues héroes, más que culpables, y con responsabilidad y sabiduría démosle sentido, el más bello y noble de todos.


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