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viernes, 5 de abril de 2013

Escalera



Ariadna miente. El hilo es muy corto. Teseo se perderá.

Respira aún. El crematorio se enciende. La muerte tardará. Nadie lo nota.
Enfermo y desesperado prepara la jeringa. Sube al Metro. Nadie es culpable, todos pagarán.
La Torre fatigada se endereza. Demasiado tarde. En Pisa ya no hay nadie. Sola se derrumba.
Adán despierta: el jardín ya es un desierto. Su corazón una manzana carcomida. Escamas ofidias dispersadas por el viento. Por el calor se pierden, Evaporadas.
Calígula enloquece: su caballo no acepta el imperio que le propone, ha huido desbocado hacia la noche. Los soldados lo hallan al pie de un abismo, echando espuma. No se decidió. Le regresan a Roma, sin oír sus insultos.
Sobre el muro se asoma, otea con desesperación lo que tanto ansiaba. Pero no parece colmar sus expectativas. Lo imagino volviendo, decepcionado a su nave espacial, de retorno a su pequeño mundo. El límite del Cosmos para él, ya no vale la pena. Porque él no me vio, pero yo si a él. Y con eso basta.
Escalera que sube K con nerviosismo: al final de ella por fin la respuesta a todos los porqués. Mira a la distancia, algunos descienden apresurados, como atraídos por algo. Otros se han quedado a vivir en determinados escalones, donde han improvisado pequeños refugios. Casi al llegar al final atisba una luz; allí se asoma Franz, que sonríe y empuja la escalera. K se precipita al vacío con un consuelo. Siempre lo supo.

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