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martes, 2 de abril de 2013

Alguien susurra en la playa vacía

Citlali sale de las aguas rumorosas, casi al ocaso del día.

Se acerca, con calma, a la arena de la playa solitaria. De pronto, observa a sus pies una caracola marina, impasible ante el roce de las olas.

Observa a su alrededor una y otra vez, como si no creyera que tal aislamiento pudiera ser totalmente real.

Luego, se acerca la caracola al oído y escucha…


***

Un sonido ominoso- como el de millares de ínfimos lamentos, como maquinas extravagantes en un lugar inverosímil- la envuelve por completo: Citlali se siente arrastrada por el flujo sonoro de aquella profundidad cavernosa.

Y de pronto ya no se siente sola, ni allí.

***

Sus conocidos le habían dicho que, de un día para otro, como por obra de un inusual acontecimiento, se había visto transformado su modo de ser, como si ya no fuera la misma persona. Esto había sido una sorpresa para Citlali, porque de ningún modo había advertido alteración alguna en su modo de ser. De tal manera que, si ella no había llegado a ser diferente, entonces, todos sus conocidos y el mundo entero eran los que habían cambiado, y lo más inquietante es que ella había permanecido ajena a tan radical mutación.

Inquietante.

***

Esto es lo que había querido comunicarle a Salvador, en el silencio y las penumbras de su habitación semivacía. Se había vuelto hacia él mientras permanecían reposando en la cama y, sin poder definir del todo los contornos del rostro de su pareja, le contó acerca de la incertidumbre que sentía, de lo extraño que parecía todo. Salvador, por su parte, no le dijo nada, sólo le tomó la cabeza entre las manos y comenzó a besarla dulcemente.

***

Al terminar su unión, se levantó y fue al tocador.

Todo estaba entre sombras y en una quietud irreal. Se miró largo tiempo en el espejo, como queriendo fijar su identidad, sin poder concretarlo. Se miró largamente.

De pronto dio un paso atrás, se internó entre las sombras, se perdió allí.

***

Citlali regresa a la cama, se acuesta y se cubre con las mantas, dándole la espalda a Salvador.

Entonces, una voz susurrante le dice en la oscuridad:

—Tienes esta opción para saber si estás dentro, o no lo estás: si no vuelves a verme es que todo no es más que una ilusión. Si no es así, es que estás dentro aún.

Súbitamente, Citlali se percata de que esa no es la voz de Salvador.

Se voltea para mirar.

Un rostro pálido e indefinido la observa en la penumbra.

Citlali, sin saber qué pensar, oculta el rostro entre las sábanas.

Negrura.

***

Movimientos oscilantes, líquidos.

La imperiosa necesidad de emerger a la superficie.

Citlali sale de las aguas rumorosas, casi al ocaso del día.

Se acerca, con calma, a la arena de la playa solitaria. De pronto, observa a sus pies una caracola marina, impasible ante el roce de las olas.

Observa a su alrededor una y otra vez, como si no creyera que tal aislamiento pudiera ser algo totalmente real.

Luego, se acerca la caracola al oído y escucha…

***

Buscaba comentarle a Salvador la inquietud que la atormentaba desde hace días, por eso se toma mucho tiempo en el lavabo para aclarar sus ideas.

De pronto se decide: respira hondo y sale del privado.

Camina en el largo pasillo silencioso y oscuro: llega, por fin, frente a la habitación que comparte con su pareja. Gira el picaporte. Abre la puerta. Se acerca a la cama. Levanta las sábanas. La cama está vacía.

***

Sale de las sombras en las que había permanecido; recuerda haberse visto en el espejo del tocador, apenas iluminado, durante un largo rato. También le viene a la mente, sin saber por qué, la imagen de ella misma levantando una caracola en una playa solitaria y llevándosela al oído, a fin de escuchar.

Quiere comentarle todo esto a Salvador. Levanta las sábanas de su rostro. Y se da vuelta en la cama para hablarle. No está él. Allí no hay nadie.

Se escuchan pasos desde el tocador, vienen. Luego alguien abre la puerta de la habitación, sumida casi en la negrura.

Citlali no puede apreciar los contornos de Salvador, hasta que la figura se acerca, y ella ve con sorpresa que no es él: es alguien con un rostro pálido e indefinido que se queda frente a ella, y que de pronto abre una boca de donde se emite un sonido ominoso, como el de millares de ínfimos lamentos, como el de extravagantes maquinarias en un lugar inverosímil.

Los sonidos la envuelven por completo: Citlali se siente arrastrada por el flujo proveniente de la profundidad cavernosa.

Negrura.

***

Una playa rumorosa y vacía, durante el ocaso.

Una caracola marina en la arena.

Y nadie.



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