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jueves, 11 de octubre de 2012

Lovecraft: pedagogía del estremecimiento

Eugenio Trías, como Foucault, nos recordó la sabiduría que se atesora en las sombras de la cultura. Lovecraft, por su parte, puede comprenderse como una singular constelación que los discursos marginales compusieron alguna vez, y que en la oscuridad de su mensaje, oculta una profunda enseñanza acerca de la realidad humana. Muchas veces tanta luz no deja ver nada, y en contraparte, las penumbras siempre son sinceras, conscientes, de sus propias simas.


Toda educación pre-supone una visión integral del mundo, que a través del entreverado de materias y temas de estudio se puede percibir. De tal modo que, desde cierta perspectiva, formarse escolarmente quiere decir: de-formar lo disperso, para componer una entidad global, dotadora de sentido, con respecto a la totalidad de los entes. En Lovecraft se presenta la misma circunstancia: sus protagonistas se enfrentan abruptamente a una fragmentación de su realidad cotidiana, para verse arrastrados a una toma de consciencia, ahogo de clarividencia, en la monstruosa recomposición de un conocimiento más hondo, acerca de las abisales dimensiones del misterio cósmico.

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Cthulhu somos todos, en la diferencia del pensamiento. Cuando un profesor educa a un alumno, se produce un desplazamiento, no de ciertas informaciones que transitaran de un ser a otro, sino de la manera en la que cada uno de los participantes del proceso educativo se piensa con referencia a todos los demás existentes. El alumno deja de ser él mismo un poco, al comprenderse, como totalidad encaminada, en el discurso revelador del maestro. De esta manera, todo aprendizaje es monstruoso. Así igual Cthulhu y los demás Primordiales no son más que las diferentes etapas posibles, en la ruta hacia el develamiento propio. El aprendizaje de las simas di-simuladas por el mundo.

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Educarse implica un anhelo de superación. Pero Lovecraft con sus macabros relatos nos hace reconocer que la luz no es más que el sueño de las sombras. Y así, quien, como el solitario de Providence,renuncia a la parcialidad de su manifestación existencial, para devenir en la ominosa globalidad de lo que es, también se supera, se perfecciona, se transgrede: el firmamento, aunque incite al vuelo, no deja de ser un abismo.

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Lovecraft como maestro nos proporciona una pedagogía de estremecimientos: Cthulhu reposa soñando en la ciudad sumergida de R’lyeh, y si todo aprender es un despertar, es tiempo de reconocer nuestra propia voz, tan humana, en los murmullos del sueño agitado del innombrable que ya se recuerda.





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