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jueves, 11 de octubre de 2012

La Gruta de Buontalenti: los símbolos de la maternidad

Más que una muestra de manierismo libre y jubiloso, la Grotta Grande de Bernardo Buontalenti, que se localiza en los Jardines de Boboli, en Florencia, en lugar de cumplir su cometido de obra trasgresora, como en su momento seguramente lo consiguió, con el paso del tiempo y la carga de lecturas ha suscitado, nos retorna una sabiduría primordial, en donde el espacio cavernoso y profundo, denso y fértil, nos conduce de nuevo a la vivencia del vientre materno, en donde todo era en potencia, la materia misma de nuestro ser.



Cual si fuese un crisol de bullente vitalidad grumosa, las figuras y adornos esculpidos en los muros de la gruta de Buontalenti parecieran brotar de los primeros respiros de la piedra, como si por una extraña alquimia, la maternidad implicara un cambio en su mayor parte interior y el recién nacido fuese solo una manifestación menor, un aviso apenas, de una prodigiosa transformación del mundo, que en las entrañas de la realidad, se produjera. De allí el inmenso valor de la individualidad, que en su seno germina toda posible pluralidad en el universo.

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En el corazón de la gruta de Buontalenti se puede contemplar el conjunto escultórico de “Paris y Helena”, realizado por Vincenzo Rossi da Fiesole. En este trabajo se percibe un alto erotismo, las figuras están entregadas a una aproximación sugerente y maliciosa, como si involucraran en el secreto de sus pasiones al espectador. Es significativo como, en una de las aberturas de la cueva, en forma de femenino vaso, o cáliz de una planta, en donde las semillas germinan, tenga tanta carga simbólica con referencia a la unión sexual, y sea allí justamente en donde la sensual composición escultórica de Rossi, se exponga. Como si, en esencia, el dar a luz un nuevo ser, no fuese sino solo la apariencia de las que se sirve un inmortal deseo amoroso que se transmitiese de criatura en criatura. Acaso la vida verdadera, solo sea la satisfacción de un deseo perenne, y el resto de la realidad no fuésemos sino un complejo pretexto del amor para vincularse a sí, en un onanismo inmemorial.

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Mucho de marino tiene la gruta de Buontalenti: el líquido materno que alguna vez nos contuvo en tinieblas tibias, queda manifiesto en el ambiente saturado de referencias a las metamorfosis operadas por las corrientes incesantes del vital líquido. Siluetas féminas e irresistibles de ninfas de río se desbordan de las rocas, y en el último recinto de la gruta se puede contemplar a la fuente del “Baño de Venus”, creada por Jean de Boulogne. El agua en su transparencia comparte la carga simbólica maternal de ser límite, de una frontera sutil entre la vida y la muerte: es la metáfora precisa de la vida más tenue; de la existencia, a medio camino, de su propia y definitiva difuminación.








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