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miércoles, 3 de octubre de 2012

El anhelo de Santo Tomás

El filósofo Tomás de Aquino manifestaba un profundo respeto hacia los fenómenos del mundo material, muy similar al talante de los franciscanos; ya que percibía que todos los elementos de la realidad fáctica se hallaban vinculados por una relación invariable entre acto y potencia.


Para el llamado “Doctor angélico” los eventos de la cotidianidad, en perpetuo devenir, no podían hallar una justificación de su manifestación por su propia cuenta. Es por eso que las criaturas de este ámbito terrenal se mostraban siempre dependientes de una instancia de ser superior, esto es, la presencia de Dios mismo.

Pero si bien, tal planteamiento no era novedoso, ya que Aristóteles anteriormente lo había efectuado, la imagen de seres que se remiten directamente a un Dios, que no es solo un Motor inmóvil, como el Estagirita lo había pensado, sino a un Creador comprometido con sus criaturas, es obra del trabajo de reflexión fervorosa de San Agustín.

Tomás de Aquino lo que si pondera, y esa su valiosa particularidad en este tópico, es en ascender hacia el espacio de la divinidad a partir de lo mundano, es decir, tratar de llegar al ser del mundo, desde los existentes.

Es posible que la filosofía tomista se pueda considerar como insuficiente en algunos aspectos, pero nunca ha dejado de tocar los problemas más importantes, los esenciales, acerca del hombre y su relación con la trascendencia.

Hoy en día, los discursos científicos más significativos trabajan de la manera en que la que Tomás de Aquino planteó el anhelo de las criaturas por vincularse a su Creador: como un tránsito intelectual progresivo, en la cadena de los efectos, hacia la causa primera.

Y aún sin estar de acuerdo con Tomás de Aquino en su enfoque extremadamente religioso, particular de su momento histórico, acerca de este tema, es posible rescatar su intuición acerca de que los aspectos más relevantes para dar cuenta de la existencia humana, los valores, dependen directamente de los propios existentes, los seres humanos, y no de manera contraria. Para cualquier intento especulativo de reflexión, el mundo debería ser considerado más por lo que nos presenta en primera instancia: un afán imperioso de vida. El cielo viene después, bien puede esperar, si se sabe vivir para pensar, para aspirar a él.




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