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sábado, 16 de junio de 2012

El castillo: refugio de sueños y deseos

Los castillos en la pintura simbolizan desde la virtud preservada hasta la condenación eterna. Son refugios interiores de sueños y deseos. Ya se trate de un castillo real, uno de sueños, o representado pictóricamente, esta construcción se encuentra, por lo general, en las alturas o en un claro de bosque. Se trata de un sólido habitáculo de complicado acceso. Ofrece una sensación de seguridad- tal y como sucede con la casa como símbolo- pero el castillo, por su parte, da la impresión de una seguridad en riesgo. Debido a ello, refiere directamente a protección.


Aislado entre campos, montes y bosques, el castillo preserva su contenido, encerrado y a salvo del resto de la realidad. Se perfila como algo lejano, tan inasible como añorable. El castillo también es figuración de trascendencia. Ese es el caso de la Jerusalén celeste, en donde diversas representaciones pictóricas e imágenes ornamentales en tapices, por ejemplo, lo muestran como un fuerte rebosante de agujas y picos, y erguido hacia el firmamento en la cima de una cumbre.

Virtud preservada

Por otro lado, también se les llama castillos a los templos funerarios que mandaron erigir los faraones egipcios, junto o sobre sus tumbas. Su objetivo era preservar para la eternidad el nexo entre los grandes hombres y el mundo de los dioses.

Lo que atesora el castillo, de acuerdo a su representación en muchas pinturas, es la trascendencia de lo espiritual, algo con un cierto poder enigmático e inaccesible. Los castillos aparecen entre las frondas y montañas encantadas, llenos de fuerzas secretas que los hacen desaparecer, como espejismos, cuando se acerca demasiado un viajero. Justo eso es lo que evocan los crípticos castillos de M.C. Escher o la obra Castillo en los Pirineos, del genial Rene Magritte, en donde un etéreo castillo, en un peñasco inmenso, flota- literalmente- sobre el mar.

En repetidas ocasiones, los castillos están habitados por hermosas princesas en espera de quien las despierte de algún sortilegio, con un beso liberador. Pero también, por príncipes solitarios que suspiran aguardando a alguna viajera deslumbrante, que los visite y cambie su destino por completo. En este sentido, los castillos aluden a la conjunción de los deseos.

Castillos y destinos

Además, un castillo negro simboliza la pérdida definitiva, el deseo condenado a nunca ser satisfecho: es la figuración por excelencia del infierno, del destino establecido definitivamente, sin opción de cambio o de mejora. Como Dite, la ciudad fortaleza del averno dantesco, el castillo negro carece de puente y está inmensamente vacío, con la excepción de algunas presencias fantasmales y atormentadas que deambulan sin esperanza entre sus muros tenebrosos.

En contraste, el castillo blanco, en el arte, es la representación simbólica de un destino cabalmente cumplido, de una perfección espiritual plenamente alcanzada. Entre el castillo negro y el castillo blanco, aparecen diferentes castillos interiores, descritos bellamente por los místicos, a la manera de estadios del alma en su camino hacia la santidad. La iluminación total, el lugar en donde el alma virtuosa y Dios se unirán para siempre, y disfrutaran de esta complementación perenne, habitualmente se expresa en la figura de un luminoso castillo.

Finalmente, los castillos apagados- los cuales no deben identificarse forzosamente con los castillos negros- refieren a lo inconsciente, la memoria errabunda, el deseo abierto: en este sentido, los castillos iluminados- no necesariamente castillos blancos o llenos de luz- representan la conciencia, el deseo totalmente enfocado, y un proyecto existencial en cabal desarrollo.



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