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lunes, 2 de abril de 2012

Héctor: los límites de lo humano

Muchas veces las personas, ante circunstancias adversas, han deseado alterar la realidad para modificar tal situación y concretar por fin sus propósitos. Sin embargo, es delicado aferrarse a un pensamiento así; puesto que hay que tener en mente que no todo lo que se puede, está vinculado a lo que se debe hacer. Tal vez porque la realidad humana se decanta, por costumbre, hacia una visión cuantitativa del mundo, siendo que le es más propia, por la hondura de su naturaleza, una visión cualificativa del mismo.


Podría aducirse entonces, que el referente de sentido más importante que manejan las personas, es el de un dios omnipotente e ilimitado. Y sin embargo, habiendo tantas versiones de esta noción fundamental, fue la de Jesucristo la más comprensible, en su finitud sublimada. Es la que más impacto ha tenido en los derroteros de la civilización occidental. Así entonces, no siempre los más fuertes son los que escriben la historia, porque aunque así fuese, son los “débiles” los únicos que le brindan sentido.

Pugnar por el control de la realidad entera, para satisfacer nuestros deseos, no solo es imposible; sino además, poco juicioso. Vale la pena evocar la figura del antiguo y famoso rey Midas, el cual, según ciertos mitos, obtuvo el don de transformar lo que tocaba en oro. Sin embargo, al cabo de poco, tuvo que suplicar que le fuera retirado tal poder, porque no podía comer ni beber nada, al transformar los víveres en metal con el solo contacto de sus dedos. Por lo tanto, no debe ser un pretexto para la desdicha, la constatación de las limitaciones propias; ya que, como veremos a continuación, evocando a Héctor, el héroe troyano, tal conciencia de los alcances de cada uno, puede ser el cimiento para construir la más alta y sólida escala hacia la felicidad.

A medio camino entre la existencia mítico-literaria y la histórica, diversas fuentes, principalmente la “Ilíada” de Homero, nos refieren que Héctor fue el primer hijo de Príamo, monarca de Troya y consorte de Hécabe. Al llegar a la adultez, el héroe se caso con Andrómaca, y juntos concibieron al niño Astianax. Al momento de desatarse la contienda por Helena, en contra de los griegos, Héctor comanda las fuerzas troyanas para proteger a la ciudad sitiada. La guerra de Troya abunda en secuencias admirables, en las que Héctor sobresale por su destreza bélica y arrojo.

En un célebre pasaje, Héctor reprende a su hermano menor Paris- el mismo que raptó a Helena- por no aceptar batirse con el fiero Menelao, esposo de aquella. Aunque al final, Héctor logra gestionar un leal combate entre ambos guerreros. En otro famoso episodio de la “Ilíada”, Héctor se retira momentáneamente del espacio de las batallas, para introducirse en la ciudad y solicitarles a los que allí se resguardan, que realicen sacrificios a los dioses, para propiciar la victoria troyana. Luego, en una estampa inolvidable, se despide tiernamente de Andrómaca y del pequeño Astianax para luego volver a la lucha.

Héctor se desenvuelve ágil y decidido contra los griegos: desafía al poderoso Ajax y a varios más, en un despliegue de valentía y de habilidad marcial; sin embargo, cuando estuvo a punto de ser abatido por Ajax, el dios Apolo decide salvarlo, y lo coloca fuera del alcance del caudillo griego. Al cabo de poco, Héctor derrota a Patroclo y le quita la vida. Pero antes que volver a la ciudad para tomar un respiro, decide quedarse en el campo de guerra y aguardar la reacción de los griegos. Cuando el enfurecido Aquiles se reincorpora al ataque griego, por la muerte de Patroclo; en primera instancia le hace frente, pero ante el empuje de su rival semi-divino no puede sino utilizar una estrategia defensiva, hasta finalmente caer derrotado y morir. Se sabe que Héctor fue venerado en las antiguas ciudades de Tebas y por supuesto en Troya. Ha sido considerado como el más admirable de los adalides griegos.

Sin embargo, si observamos con atención, tomaremos conciencia de algo en extremo relevante con respecto a Héctor y- en un vínculo que pronto será revelador-, con referencia a nosotros mismos. Así como Aquiles poseía facultades sobrehumanas; Paris el apoyo de Afrodita; y Odiseo el de Atena; Héctor por su parte, no tenía más que el apoyo de su propia humanidad. Incluso, cuando estuvo a punto de ser vencido por Ajax, y fue salvado por Apolo, cabe mencionar que Héctor no lo solicitó. Héctor es el héroe más noble de todos, porque extrae su fuerza, su valentía, y su ímpetu por salir airoso de todo trance, a partir de una toma de conciencia de su propia debilidad.

El filósofo italiano Gianni Vattimo ha desarrollado una forma de pensar muy interesante, que se conoce como la teoría del pensamiento “débil”. Vattimo nos invita a reflexionar acerca de las grandes razones y justificaciones que tenemos para vivir, no como si fueran dogmas a obedecer, es decir, condiciones inflexibles y reglamentarias; sino más bien, como nociones orientativas de consistencia dúctil y adaptable a las circunstancias de la existencia. Conceptos “débiles” y cordiales, más convenientes a nuestra naturaleza inconstante, tan humana.


Pues bien, un ejemplo adecuado de las ideas de Vattimo con referencia a su pensamiento “débil”, lo tenemos precisamente en la figura de Héctor, que debe servirnos como fuente de inspiración, y motivo para ser emulado, en la lucha por la felicidad personal. La clave, está en el hecho siguiente: aún a pesar de haberse distinguido como líder y combatiente avezado, capaz de realizar múltiples hazañas guerreras; paradójicamente,

Héctor será recordado de manera perenne, por ese gesto de humanidad pura, cuando se le contempla despidiéndose de su hijo y de su joven esposa, permitiéndose unos instantes de dicha filial, antes de salir y enfrentarse a su destino funesto.

Héctor, por lo tanto, puede ser considerado como el héroe más importante, más que por su valor, por haber sido capaz de valorar y demostrar sus sentimientos a sus seres más queridos. Incluso cuando escapó corriendo alrededor de las murallas troyanas, ante el furor homicida de Aquiles, es posible que Héctor, a fin de cuentas, como todo ser humano, haya sentido miedo y el deseo de preservar su vida. Pero este afán por sobrevivir, seguramente, estaba motivado, en primera instancia, por el amor a su familia y a su patria querida. La parte “débil” de Héctor, sus sentimientos, su fragilidad emotiva, en suma, los límites de su humanidad, son el principio de una vivenciable trascendencia, inagotable y plena.

Cuando padezcamos algún problema y tengamos temor a causa de este infortunio, vale la pena seguir el ejemplo de Héctor, y no lamentamos de sentir ese miedo, porque sentir es de humanos, y es una vivencia inmediata de nuestros propios alcances: la misma intensidad de ese sentimiento, es el alcance que tenemos para poder salir avantes, valorando a aquellos seres que nos resultan indispensables y forjando una hazaña personal, la más gloriosa de todas: la de simplemente existir, con todos los aspectos que esto conlleva. Motivar que se diga (con relación a nosotros) lo indecible, lo que se encuentra más allá de este solo ser.


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