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sábado, 24 de marzo de 2012

El mundo botánico y la creación de sí

Granos de polen al viento, transportan el espermatozoide para las plantas de semilla. Una vez que el grano de polen se deposita en las cercanías de la planta correcta, el óvulo quedará fecundado y una semilla comenzará a gestarse. La clave de la planta, para propagarse, es encontrar alguna vía para hacer llegar el grano de polen al ovario: con la ayuda de un colibrí o una abeja. Cada fruto implica la fortuna de una polinización. Esta constante del mundo vegetal, estructura la vida en su conjunto, incluido nuestro reino animal. La existencia le debe tanto al azar, que muchas veces sonríe en él, aunque no siempre reciba el reflejo que espera. 


La fruta de una planta con flores, puede crecer jugosa y colorida como una manzana, pero no siempre resulta comestible y tampoco ha de seguir un patrón adecuado a la convencionalidad humana. Por ejemplo, el plumón blanco del diente de león o esas curiosas estructuras vegetales que caen de los arces, técnicamente pueden ser considerados como frutas. En el caso de la fresa, la parte roja y comestible de esta no es el fruto. Lo que nos parece delicioso al paladar no es más que una sección modificada del tallo. Los verdaderos frutos de la fresa son los granitos amarillos adheridos a sus costados. Esta muestra de sabiduría vegetal nos expone que, la hermosura y lo no convencional, se hermanan en la sutileza, el discreto encanto de la metáfora, aquello que sin ser definible puede serlo todo. 

Ciertas plantas han logrado hacer de sí mismas asombrosos nichos ecológicos, verdaderos ejemplos de alteridad inspirada. Como muestra de ello basta considerar al muérdago. En última instancia, este popular ornamento navideño no es más que un parásito, que satisface sus requerimientos vitales por medio de la fotosíntesis, sin embargo, se vale de los árboles para asegurar su existencia. Otro caso es el de las plantas atrapamoscas, las cuales complementan su dieta fotosintética con esporádicos y suculentos insectos. Esto nos da una pauta para comprender el grado de libertad de sí, que la naturaleza propicia. Sartre opinaba que, el ser humano, está condenado a ser libre, sin embargo, desde un punto de vista inmanente, lo humano no es más que una de tantas prisiones de la libertad, esa voluntad de ser que escapa siempre -jubilosa- de su propia y anquilosante fascinación.


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