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martes, 13 de marzo de 2012

Carl Wimar: "El rastro perdido"


Carl Wimar (1828-1862) fue un pintor estadounidense de origen alemán que dedicó su vida a representar, desde su personal visión, al salvaje Oeste.



Famoso por sus representaciones del salvaje Oeste, Charles Ferdinand Wimar nació en Siegburg, Alemania, en 1828. En su adolescencia, Wimar partió hacia los Estados Unidos junto con su familia. Tras instalarse en San Luis, Wimar encontró una gran fascinación por las noticias y viajeros que llegaban allí desde el Oeste, región inhóspita y sorprendente. Posteriormente Wimar tomó clases con el pintor de origen francés Leon de Pomarede. Este último le apoyó para realizar sus primeras aproximaciones estéticas al tema del Oeste y, a la postre, a dedicar sus esfuerzos artísticos a esta misma temática apasionante.

El regreso

En 1850, Wimar toma la decisión de viajar a Europa, acaso para perfeccionar su técnica. Wimar decide hacerlo a Alemania, en específico a la ciudad de Düsseldorf uno de los centros culturales más importantes de aquellos días. Justo en Düsseldorf se había establecido el pintor estadounidense Emanuel Leutze. En poco tiempo Wimar consigue forjarse un sitio destacado entre los pintores del lugar, por ser el único artista dedicado expresamente a plasmar escenas del Oeste norteamericano, si bien estas representaciones estaban fundamentadas en lecturas, leyendas y relatos.
En 1856 Wimar decide volver a los Estados Unidos. Poco después, se embarca en un viaje por el río Missouri hasta llegar a Yellowstone. En este lugar de imponente naturaleza, Wimar puede- por vez primera- contemplar en persona algunas tribus indias del lugar, similares a las que habían sido protagonistas de sus pinturas. Tras encargarse de unos murales en el palacio de Justicia de la ciudad de San Luis, Wimar fallece de tuberculosis en 1862.

Encrucijada

Una de las obras más conocidas de Carl Wimar es “El rastro perdido”. En la pintura se puede ver a unos rastreadores indios tratando de orientarse en medio de una extensa llanura. En el fondo se exhibe, en dramático contraste con los vibrantes rojos del primer plano, un horizonte tenuemente iluminado y altos cañones rocosos. “El rastro perdido” denota un singular juego de diferencias, una tensión estética y temática.

Se sabe por investigaciones especializadas que los indios retratados por Wimar no se vestían de esa manera. Y, además, el cambio entre la intensidad rojiza de las figuras en primer plano y el horizonte amable y luminoso, expresa, quizá, una encrucijada creativa: las técnicas del arte europeo y el interés temático por la América profunda: el llamado de sus raíces teutonas ante el apego hacia el nuevo continente, su verdadero hogar. El salvaje Oeste de Wimar no fue, en última instancia, más que una región interior, un anhelo de realidad que nunca dejó de iluminar su conciencia vital.

Una travesía de sí

El verdadero rastro perdido posiblemente haya sido el del joven Wimar, exiliado en un país extraño y enorme. Wimar tal vez nunca se adaptó del todo a un ambiente de pragmatismo extremo y soñó durante su vida entera con una tierra misteriosa y llena de prodigios: su verdadero punto de origen.

Acaso Wimar anduvo de continente a continente, de lugar en lugar, buscando el rastro perdido de su propia esencia. Y sólo fue en su interior imaginativo y ardoroso, en donde pudo hallar esa tierra de prodigios, salvaje y enigmática, en donde guerreros y exploradores de exóticas culturas personificaron su propio espíritu hambriento de conquistas interiores y sobre todo una eterna vivencia de libertad.


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